sábado, junio 01, 2013

La Rebelión de los Apus en Corpus Christie


La Rebelión de los Apus en Corpus Christie


Jesús Manya Salas

One dollar please y extendió la mano Macario vestido con ropas raídas y una toalla vieja y descolorida por el uso, con el que cubría su esquelético cuello a modo de bufanda. Su nariz ancha y aguileña exponía un Ray Ban, regalo de algún gringo dadivoso; ceremonioso y sosegado sacó un tazón de plástico para recibir las propinas, extendió la toalla para lucir encima de ella el rondín azul y oxidado y la zampoña compañera de vida. El concierto al aire libre empezaría en breve, antes movió su tullido cuerpo de un lado a otro, probando el larilala melodioso, una evocación permanente para las fotografías.

El lamento triste salió de las cañas alineadas en la mano izquierda, un esfuerzo descomunal para sus pulmones tuberculosos; con el brazo derecho acompañaba con golpes tiernos a la Tinya de cuero de chivo; rompía el silencio de la noche y enfrentaba el frío de los portales del Hawkaypata. Las melodías parecían bajar de los cerros y rocas, eran unos truenos directos al corazón de la ciudad, como en el siglo de los siglos y ahora para unos cuantos paisanos curiosos y turistas atrasados del tour nocturno. El recorrido de los carrizos y en otras ocasiones el melódico, emitían waynos y yaravíes que eran premiados con unos aplausos y unas monedas.

Fatigado repetía otra de sus letanías: how are you?... one dollar please… thank you… good bye. Until another day… que aprendió del Maestro “Dólar”, pacífico y simpático guía de turistas pobres, uno de sus pocos amigos, ahora recluido en el manicomio por divagar y soñar en inglés. Para la autoridad y policía municipal, la majestad de la ciudad, por ser hermana de Roma y Atenas, era incompatible con la presencia de un joven, que reía y hablaba un idioma extraño a sus amigos extranjeros, para remate cojo y barbado para el gusto de los mediocres de entonces.

El recital, era también el único recreo nocturno de los niños abandonados, vendedores de cigarros y golosinas, momento oportuno para contabilizar sus limosnas del día.

En los últimos cuarenta años, Macario trabajó sin falta todas las noches; no obstante el cansancio de su caminar diurno, ofreciendo en venta serruchos y martillos, antes ingleses ahora chinos. Las puertas de las fábricas Wasqar y Cachimayo, Enafer el ferrocarril, ya no eran puntos de venta, estaban cerrados y sus trabajadores despedidos y desocupados. La olla de la familia numerosa, sólo alcanzaba con los dólares y soles que caían en su hambriento tazón, luego de cada interpretación que sus enfermos e infectados pulmones arrancaban a su contemporánea zampoña.

Una noche de mayo de un año difícil, contentos con las propinas recogidas en la presentación artística cotidiana, gracias al aporte despreocupado de los parroquianos borrachos y la gran cantidad de turistas generosos, que participaron en la procesión de entrada de Corpus Christie junto a las imágenes de Santos y Vírgenes, que peregrinaron desde sus pueblos y barrios hasta la Plaza de Armas; camino hacia el Portal de Carnes en cuyo rincón tomaban ponche o mate caliente para recuperar algunas energías, junto a los niños pordioseros y vendedores de chuchería, escucharon unas poderosas voces que discutían al interior de la Catedral a donde ingresaron las imágenes eclesiásticas en las horas de la tarde.

Sorprendidos y asustados corrieron a la puerta mayor para averiguar por las rendijas, qué sucedía y porqué debatían tan acaloradamente a media noche, tal como fue certificado por las campanillas del reloj que marcaban las horas en el reloj de la Plaza de Armas.

Macario el zampoñista y los niños escucharon el debate catedralicio del Corpus Christie, todavía resonaban en sus oídos:
—¡Hasta cuándo soportaremos tanta insolencia, corrupción y miseria con este pueblo— emplazó desde la cabecera el que dirigía a los feligreses, su rostro andino reflejaba una gran molestia y dolor por la sangre que chorreaba de su cabeza —exijo claridad y firmeza, hablen con limpieza y sin temores, de nada sirven las ofrendas y atuendos en nuestras ceremonias, si igual mueren de hambre los niños, tronó, tocando las ricas vestiduras y señalando las piedras preciosas y joyas de los asistentes.

Desde una de las portadas de la Iglesia Mayor, resonó la voz de uno de los más jóvenes:
Apu Qon Tiqsi Illa Wiraqocha, tienes bastante juicio, cada queja en mis ayllus reales hunden más las flechas en mi corazón; los sebastianos son indolentes con sus hijos y sus tierras que fueron lotizados indiscriminadamente, acabando con la producción de su cebolla blanca y exquisita— lloró e imploró el militar atado a un árbol, acompañado por el grito de una pareja de loritos verdes y pequeños.

Luego participó una voz más pausada y cansado por los años:
—Qué podría decir de la universidad que debería ser la primera casa de estudios, señor y gran Apu Pacha Yachachiq, la ciencia y el humanismo no les interesa a los docentes y alumnos antonianos— terció un barbado anciano con un libro en su mano temblorosa —sólo aspiran aprobar los cursos y comprar el título— remató amargado y resignado.

Intervino también un purpurado:
—Los artistas de T´okocachi desaparecen o emigran; sus casas y calles ahora son feudos de vientos ajenos y viciosos. San Blas huele a droga y licor, Señor de los Temblores— reflexionó ácido el sabio acompañado por una docena de sus discípulos seminaristas y sacristanes.

—Eso mismo ocurre en mi barrio San Cristóbal— dijo el más fortachón de los presentes —los vecinos están tan cerca del Arzobispado, pero tan lejos de Dios— se quejó bravucón y retador por el poder de su musculatura.

— Todos los alcaldes en mi distrito terminan encarcelados, acusados por corrupción y malversación, mientras la pobreza continúa en los barrios marginales y en las comunidades del distrito de Santiago— intervino desde su caballo blanco el personaje, que más parecía el jefe de un ejército que un santo.

En medio de las voces altisonantes, surgió dulce y vital la voz de una mujer:
—Y qué podemos hacer hijo mío, Señor Jesucristo, si el pastor que designamos es el primero en separar nuestra iglesia de los pobres, prohibir las misas en quechua, recusar las danzas y músicos en las procesiones, rechazar los cirios y bombardas— intervino la más hermosa y fina de las mujeres, mostrando un documento del Arzobispo a la parroquia de La Almudena —tal es el atrevimiento que en el último Lunes Santo, prohibieron en tú bendición las sirenas de los bomberos que acompañan el llanto del pueblo, reemplazando el recogimiento con unos aplausos deportivos. Hasta el Qori Illapa, corona de oro de tu noble cabeza lo han hurtado para desangrarte y destruirte— terminó entristecida la madre del que dirigía el concilio.

Se animaron más las mujeres y desde una gran anda de plata y llena de joyas habló:
—Es cierta la afirmación de Mamacha Natividad— apoyó la Virgen de Belén la matrona de la Pachamama— debemos hacer algo antes que esto sea un infierno— concluyó la patrona del Cusco.

El Doctor Jerónimo que hacía las veces de secretario, en su voluminoso libro de plata y utilizando una pluma gigante de cóndor; comprendiendo el cansancio y que más tarde debían volver a recorrer la Plaza de Armas, redactó y leyó las intervenciones.

Finalmente quedaron en seguir auscultando, hasta el próximo solsticio, los problemas que aquejan a sus parroquias, entre los otros santos y Apus. Programaron convocar a una nueva junta a través del Hatun Taqe Wiraqocha en el Q´oyllur Rit´i y luego en el Corpus Christi del próximo año.

Luego designaron una comisión, para investigar y enfrentar al grupo de atrevidos y facciosos que atacaron y buscaron victimar al Señor de los Temblores, al ser descubiertos se habían llevado su corona de oro. Era evidente que la codicia y la maldad estaba pasando la raya y golpeando la cabeza de la iglesia.