CRÓNICA
EN UN CEMENTERIO
La Almudena: entre la historia y el más allá
Un recorrido por el cementerio cusqueño que
guarda en sus mausoleos cultura, tradición y ficción. Recorrerlo es un volver por 160 años de
tiempo enterrado.
Por José Víctor Salcedo.
Son las diez
de la mañana de un viernes cualquiera. El lugar de la cita es el Cementerio de
la Almudena. Un sol perfecto baña la Ciudad Imperial y sus rayos cocinan la
piel. Llegamos al camposanto, convertido hace un año en Patrimonio Cultural de
la Nación.
A la entrada nos
da la bienvenida el Cristo de la Agonía, finamente tallado en mármol por un
estudiante de la Escuela Superior Autónoma de Bellas Artes. Ya dentro uno se
topa con una especie de barrio colonial. Unos 25 mausoleos marmóreos,
estentóreos, excelsos, rimbombantes y algunos rústicos; una cripta y una
catacumba adornan los 500 metros cuadrados del ala derecha del panteón. En el
ala opuesta, de igual dimensión, un pabellón de párvulos (niños), unos
hacendados y otros anónimos difuntos.
Más adentro,
alejado de los cuatro pabellones de la zona monumental, miles de difuntos
descansan en paz en nichos modernos, menos excelsos. Varios cusqueños ilustres también
tienen su morada ahí. Los ángeles de mármol en acto de contrición vigilan la travesía
al más allá.
Ciudad de los muertos
Esta mañana, mientras la ciudad trabaja, en
el Cementerio de la Almudena sopla un aire helado y una quietud funeraria la
envuelve. Empezamos a recorrer las avenidas de la “ciudad de los muertos”,
promocionada ahora como atractivo turístico.
Son 160 años
de historia y sufrimientos enterrados en este panteón de contrastes, reflejo de
la sociedad cusqueña. Fue mandada a construir en 1950 por el beato Miguel
Medina. Ahí se pueden ver desde finas residencias levantadas con mármol italiano
hasta nichos de pobre confección.
Para
aprovechar la riqueza histórica y cultural del cementerio la Beneficencia
Pública de Cusco y la Asociación de Guías de Turismo han elaborado un circuito
nocturno por la zona monumental. Es un recorrido de casi dos horas.
-¿Qué significa
un paseo por un cementerio de noche?, preguntamos al guía Laylys Gutiérrez
Ccoscco.
-Una
experiencia única e indescriptible-, sentencia.
Las visitas son
los viernes por la noche, de siete a nueve. Para hoy se han inscrito unas 20
personas.
-¿Hubo ataques
de histeria en las visitas?.
-Hasta ahora
no. Es que antes de ingresar explicamos que no deben sugestionarse. Además a La
Almudena viene gente ansiosa por conocer la historia y ciertas aficiones
tanáticas, responde medio en serio medio en broma.
En la parte
histórica (ala derecha) reposan grandes hacendados y pensadores del siglo
pasado y del anterior a ese. Para Leylys, no solo es el cementerio emblemático
de la ciudad sino también un lugar artístico e histórico.
-Ese es su verdadero
valor, asegura.
El mausoleo de
los hacendados Romanville es el más imponente. Una incomparable construcción de
mármol italiano. Los Romanville fueron hacendados, dueños de grandes
extensiones de tierras en varias provincias. Su imperio empezó a caer con el
levantamiento del ex guerrillero Hugo Blanco Galdós en Chaupimayo-La Convención,
allá por los años sesenta. Su prominencia quedó sepultada con la reforma
agraria de la dictadura de Juan Velasco Alvarado, en 1969.
El reloj
avanza y nosotros nos topamos con una cripta (tumba en el subsuelo), la única
del camposanto. Ahí descansan los restos el promotor del “Día del Cusco”,
Humberto Vidal Unda. Historiador, filósofo y escritor. Su fama traspasó las
fronteras de Cusco y el Perú.
Vidal Unda
murió a los 72 años, 35 años después de haber borrado la celebración de la
fundación española e instaurado el 24 de junio como el “Día del Cusco”. Corría
marzo de 1944. Sobre la cripta yace una piedra inca.
Según cuentan los
antiguos cusqueños fue llevada desde el Koricancha como una ofrenda al
precursor de la celebración imperial. Al fondo, a unos 15 metros de distancia,
reposan en un humilde mausoleo los restos de su madre, Josefa García Ochoa.
Personajes curiosos
En un rincón
de la parte histórica de La Almudena descansa un curioso personaje. Se trata del
norteamericano Kodney Collín Smith. Kodney murió durante la construcción de la
Catedral de Cusco al caer de lo alto cuando colocaban la cúpula del templo. Era
abril de 1909. Es el único extranjero enterrado en el Cusco y quizás en el
país. A su costado hay otro mausoleo de un varón NN.
El primer
mausoleo del cementerio Patrimonio Cultural de la Nación se construyó en 1950. Tenebroso,
de color negro desgastado y una calavera (símbolo de la muerte) tallada en
piedra la adornan con escalofriante perfección.
De primera
impresión, uno diría que no sirve para nada, ya que está clausurada. En honor a
la verdad no sé sabe a quién o quiénes perteneció. Pero muchos lo usaban para rituales
de hechicería. Todavía se ven rastros de velas negras a medio extinguir.
-¿Se sigue
haciendo brujería en este mausoleo? interrogamos nuevamente nuestro guía sin
ocular nuestro asombro.
-Es la única
que se utiliza para hacer rituales para hacer daño, dice Leylys quien se apresura a aclarar que las visitas
nocturnas al cementerio no tienen ningún tinte macabro ni perverso, sino histórico y artístico.
La nueva
inquilina de la zona monumental es la escritora Clorinda Matto de Turner. Los
restos de la autora de “Aves sin nido” y “Tradiciones Cuzqueñas” reposan en una
fina construcción de mármol ónix italiano. A cada lado, hay dos coronas de
flores que alguien mandó colocar. Deben tener un par de días. Están empezando a
marchitarse.
Antes de
volver en carne y hueso, Clorinda Matto fue huésped del Cementerio Presbítero
Maestro de Lima.
Personajes ilustres
En el pabellón
llamado Sinai se encuentra el abandonado nicho del primer cusqueño que fue
presidente de la República, Serapio Calderón. Murió en abril de 1922 y ahora
nadie parece interesarse de cuidar de su última morada.
La de Calderón
es una tumba que nadie visita, nos comenta nuestro guía. Lo mismo cuenta un
joven jardinero de la Beneficencia Pública que lleva 15 de sus 20 años recogiendo
las flores marchitas y construyendo nichos.
En otros espacios,
ajenos al histórico, a varios metros de distancia, están dispersas las tumbas
de personajes como los grandes fotógrafos Martín Chambi y Eulogio Nishiyama; el
dirigente Emiliano Huamantica; el político ejemplar Daniel Estrada Pérez
(Qosqoruna), entre otros.
Ahora sé que
un cementerio es el triunfo de la muerte. También sé que en La Almudena las figuras
vencieron a la muerte y perduran en la memoria de los cusqueños.
Han pasado
casi cuatro horas desde nuestra incursión en el Cementerio de La Almudena. El
cielo ya no está tan cristalino como en la mañana. El sol pierde protagonismo
ante unas nubes negras. Llegó la hora de irnos. ¡Que sigan descansando en paz!
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