jueves, mayo 07, 2009

Amaru Salvador y la Rebelión de los Apus

LA REBELION DE LOS SAPILLOS

Para Pepe Sánchez

Era tarde para entender al gobernador; las primeras gotas de lluvia, incendiaron un nuevo aroma en la tierra, inflamando su cólera. Amargado murmulló: estos cholos y sus animales me odian.

A fin de regalar una portada pétrea tallada con su respectivo escudo de armas al Presidente de la República que visitaba el distrito, el gobernador había ordenado obtener el mejor lienzo de piedra. Si para ello era preciso dinamitar las canteras del cerro, debía procederse así, a pesar de la voluntad de los viejos picapedreros. La explosión espantó y lanzó por los aires a cientos de pequeños sapos que con sus gritos lastimeros causaron un impacto tétrico en los comuneros que enmudecieron de temor. Los más ancianos recordaron los malos tiempos y vaticinaron funestas consecuencias, por lastimar a los pequeños centinelas del Apu Ch´ekoq, mítico paq´arina que tutelaba al pueblo.

Meses después en la meseta, aumentaron los mosquitos e insectos, desaparecieron las lluvias y se perdieron las cosechas. Nunca más se escuchó el croar de los sapillos en toda la altiplanicie del Valle Sagrado, el silencio invadió en los primeros días de diciembre a todo el pueblo, a diferencia de otros años en que los sapitos imploraban a los dioses la llegada de las primeras lluvias que fertilizaban la tierra para hacer brotar las cementeras de las chacras. Mientras tanto en las calles del pueblo aumentó el clima ambulatorio de la hambruna y los animales morían de sed. Los manantiales estaban secos y la ausencia de nubes obligó a los niños y padres a salir en las noches con velas y ruegos a suplicar por lluvia:
unuykita, paraykita apachimuayku, misericordia Señor.

Primero fueron unos cuantos y luego todo el pueblo el que conminó y obligó al gobernador a devolver la piedra a su lugar de origen. La autoridad escéptica y soberbia poco a poco tuvo que ceder a la demanda. La tarde en que cientos de jóvenes, cargando en sus hombros el dintel de piedra al compás de huaynos y harawis de trabajo, subían los primeros peldaños de los andenes del cerro, el cielo se nubló y cayeron las primeras gotas que alegraron a todos menos a uno.

Los niños agradecidos recolectaron cientos de sapos y sapitos, colocándolos en la gran cantera que era su casa luego de una ofrenda y ceremonia festiva. Nunca más permitirían demoler su cerro tutelar y la casa de sus guardianes. Esa noche llovió como nunca y empezaron a brotar las plantas; los animales a expresar su beneplácito y la tierra a cambiar de color y olor al compás alegre de un coro de cientos de sapos y la sonrisa de Amaru Salvador que había preparado la rebelión de los sapos. Años más tarde en homenaje a estos heroicos labriegos, los Apus moldearon su figura majestuosa y tutelar en el cerro Paucarbamba del Valle Sagrado de los Inkas.

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